Arte de la Prehistoria. Diseños rupestres de Cuyo
Exposición de fotografías:
Laura Hart
Premio Fondo Provincial de la Cultura, Gobierno de Mendoza
Premio Fundación YPF
las fotografías son una selección del archivo documental del Proyecto Rastros (iniciado en 1992)
Proyecto Rastros declarado de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura, Gobierno de Mendoza
Prólogo: Juan Schobinger
Marcas y señales de los primeros tiempos
Texto conceptual: Laura Hart
Invitación para los textos de sala: Horacio Chiavazza, Pablo Chiavazza y Hugo Tucker
Montaje: Enrique Testasecca
De la piedra al papel
Dibujos. Resignificando el arte rupestre
Curadora Estela Labiano
Artistas: Magdalena Benegas/Alejandra Cabeza/Federico Calandria/Raúl Castromán/Cristian Delhez/Daniel Fernández/Gabriel Fernández/María Forcada/Marcela Furlani/Víctor Gallardo/Laura Hart/Estela Labiano/Leticia Burgos/Octavio Joaquín/María Pérez/Bernardo Rodríguez/Lorena Rosas/Enrique Testasecca/Martín Villalonga/Yvonne Kaiser
Los vuelos del chamán
Instalación sonora: Laura Hart y Leo Martí
Arte y arqueología: una
confluencia fecunda.
Prólogo: Juan
Schobinger
Cuando en 1902
Émile Cartailhac –por entonces “pope” de la prehistoria francesa- escribe su
famoso mea culpa de un escéptico” (en relación a la caverna de Altamira, cuya
autenticidad había cuestionado veinte años antes), se inicia el estudio sistemático
del arte rupestre en el ámbito europeo. A las cavernas pintadas y grabadas por
los cazadores paleolíticos siguieron otros descubrimientos: las escenas
pintadas en los abrigos rocosos del este de España (“arte Levantino”), los
grabados de las regiones alpinas, las pinturas del Tassili y otras zonas del
Sahara, las pinturas y grabados de Sudáfrica, la India y China occidental...
Pero América no se
quedo atrás. Desde los “picture writing” registrados por Mallery hacia 1890 para
Norteamérica, hasta los estudiosos que recorrieron el Nordoeste Argentino
relevando “pictografías” hacia fines del siglo XIX (Francisco P. Moreno, Adán
Quiroga, Juan B. Ambrosetti), el interés por estas manifestaciones ideológicas
de nuestros lejanos antepasados en el milenario camino de la cultura humana no
ha dejado de crecer.
La documentación
de las manifestaciones plásticas sobre superficies rocosas naturales continúo
en forma un tanto esporádica en las décadas posteriores, casi como una
curiosidad. Faltaba una sistematización, faltaba una cronología. Tanto aquí
como en Brasil y otros países, el arte rupestre estaba más en el ámbito de la etnografía
que en el de la prehistoria. De ahí que la llegada a nuestro país de un investigador
con mirada universalista y amplio conocimiento del arte prehistórico del viejo
mundo –el austriaco Osvaldo Menghin-, significó un vuelco importante ejemplificado
en sus publicaciones de 1952 y 1957 sobre etapas estilísticas y cronológicas
del arte rupestre de la Patagonia. Siguiendo sus pasos, otros investigadores
(Carlos Gradin, Augusto Cardich, Carlos Aschero, Jorge Fernández, Juan
Schobinger) confirmaron y en parte profundizaron el enfoque y la metodología de
aquel sabio maestro, incluyendo la necesaria correlación entre el arte rupestre
y mobiliar con los demás aspectos de la cultura. Hoy día las modalidades
tecnico-estilisticas se extienden en la Patagonia por un lapso de diez mil
años.
Los arqueólogos
“puros” suelen quedarse en este punto, Otros que buscan aspectos más profundos
del hombre, buscan algo más: descifrar el mensaje que se supone, entraña el
arte rupestre.
Y también por su
lado, lo hacen los artistas que han tomado conocimiento del tema. Surge la búsqueda
del simbolismo, de los ritos, mitos y vivencias que dicho arte trata de
expresar. Apareció así, la “hipótesis shamanica”, tema de estudio y discusión
de los años más recientes. Algunos de los sitios y motivos más interesantes podrían
representar un arte visionario, como lo ha clasificado una investigadora seria
y a la vez entusiasta como lo es Ana María Llamazares (Coautora de un libro
reciente de bastante impacto, titulado “El lenguaje de los dioses”, Buenos
Aires 2004).
Arte y arqueología:
exactitud técnica para el relevamiento de los diseños y de su entorno, y
responsabilidad para la preservación del patrimonio cultural, constituyen un
impulso para difundir estos conocimientos. Libros, artículos, conferencias,
pero también algo novedoso para nuestro medio: exposiciones abiertas a todo público.
Así llegamos a la presente muestra surgida por iniciativa de la artista Laura Hart.
Se han conjugado aquí tres facetas de su labor: la que podríamos llamar “del
arte puro”, es decir las obras inspiradas en el arte rupestre y la de la búsqueda,
relevamiento y descripción de los diseños prehistóricos en la región cuyana
abordados con la mirada de una artista visual. En su momento esta valiosa documentación
sirvió de base para el video “Aquellos artistas de hace mil años” (premiado por
la Secretaria de Cultura) y ahora constituye el soporte de la presente exposición.
Muchos sitios y
elementos de la Prehistoria se han perdido. Lo mismo sucede con el arte
rupestre, sobre todo en sitios al aire libre. Que miles de representaciones en
todo el mundo se hayan preservado, constituye casi un milagro. ¡Qué lamentable
que a veces el propio ser humano sea un agente de deterioro o aun de
destrucción, como ha sucedido en Tundunqueral de Uspallata!.
Consideramos exitosa
esta exposición, si, además de suscitar interés y plantear interrogantes, contribuye
a que se tome conciencia de la necesidad de respetar y conservar este
patrimonio que no es solo local sino universal.
Texto escrito por
Juan Schobinger al momento de diseñar la exposición, en el año 2008.
TEXTOS DEL CATALOGO.
Marcas y señales de los primeros tiempos.
Laura Hart
El arte rupestre
es un bien de valor único e irreproducible que, además de ser hoy una fuente para
el conocimiento de los pueblos originarios, es la primera manifestación artística
que se conserva, con todo lo que ello implica para los procesos históricos de
arte en la región cuyana. Es el primer capítulo del arte local, el primer eslabón
de una cadena que llega hasta nuestros días y nos permite recorrer los
acontecimientos artísticos que, en su conjunto, testimonian la historia del
territorio cuyano.
Desde la
década del 30 son muchos los autores que abordaron el estudio del arte rupestre
en la Región. Las investigaciones de hombres como Eric Borman, Mariano Gambier,
Carlos Gradin, Humberto Lagiglia, Carlos Rusconi, Juan Schobinger, entre otros,
son el basamento para las nuevas generaciones vienen desarrollando minuciosos
trabajos para ahondar la conceptuación del arte rupestre. En la actualidad, a
estos estudios arqueológicos se suma la propuesta de artistas que, con una
percepción desarrollada para la observación de las producciones pictóricas y
gráficas puede contribuir, desde el plano del arte contemporáneo, a observar
aspectos que enriquezcan el espectro de conocimientos, inducir al goce estético
y cooperar en la puesta en valor de este bien patrimonial.
En la Región
hay más de ochenta yacimientos con manifestaciones rupestres, la mayoría hechas
entre los 1500 y 500 años A.P. aunque aún se plantean interrogantes en cuanto a
las cronologías. (Schobinger 1982), Hay excepciones que salen de este periodo, como
las pinturas de Los Morrillos, que fueron producidas por la Cultura de Ansilta:
cuya aparición data, aproximadamente, del año 3700 A.P. y su permanencia llega hasta
el año 1500 A. P. (Gambier Mariano. 1977). También las pinturas del Alero de
las Pinturas Rojas realizadas por la cultura de Atuel II entre los años 2250 y
1800 A. P. (Lagiglia, Humberto. 2002). Así mismo, son excepción los diseños realizados en épocas hispánicas
como los petroglifos de Gruta del Indio en el Rincón del Atuel, que tienen una datación
entre los siglos XV, XVI y XVII ya en épocas hispánicas, (Lagiglia, Humberto
1993). También, en períodos coloniales, se grabaron marcas de ganado en la roca
para indicar la pertenencia de la hacienda en registros no oficiales y son
consideradas manifestaciones rupestres con raíz indígenas, tanto en los dibujos
como en las técnicas de ejecución. (Podesta,
y otros 2006. Bárcena 2010)
Es amplio
el segmento temporal en el que se desarrolló el arte rupestre en Cuyo, sin
embargo, se estima que durante el dominio incaico (siglo XV) poco a poco se
abandonó, en gran medida, la tradición del arte parietal en la Región.
El
nomadismo y las trashumancias estacionarias propias de los cazadores
recolectores, los llevaron a adoptar tradiciones ajenas e intercambiar productos
entre las diversas comunidades. Esta modalidad también sucede con las
creaciones graficas que se encuentran repetidas en áreas muy distantes entre sí.
Los estilos han pasado de región a región como el de las máscaras que se encuentran
en San Juan y norte de Mendoza y que son derivaciones del los diseños mascariformes
del Norte Chico chileno (Schobinger, Juan. 1985).
Las reiteraciones
de los diseños dieron lugar a las secuencias gráficas territoriales que
evidencian la instauración de un lenguaje visual compartido, aunque cada conjunto
rupestre muestra rasgos particulares evidenciando el carácter propio del
artista y de su grupo.
El arte
rupestre es la representación de actividades y creencias de las comunidades
originarias. No es la creación por la creación misma, sino que conlleva
contenidos afines a la vida, al pensamiento y al entorno de sus productores,
cuya cosmovisión es muy diferente a la de las sociedades occidentales de la
actualidad. Para ellos la vida era (y lo sigue siendo en muchos pueblos
originarios actuales) parte de una totalidad, en la que la naturaleza, la
comunidad, los fenómenos y la energía eran sagrados y estaban estrechamente
relacionados entre sí, conformando un todo que funcionaba al unísono.
Para
algunos autores, (Martínez Sarasola, 2004. Lamazares, 2004. Schobinger, 1985, Vázquez,
1997, entre otros) que investigaron desde la arqueología y la antropología, el
arte rupestre es, sobre todo, la representación
de las prácticas chamánicas. El chamán es el hechicero, visionario de
las comunidades originarias tiene la capacidad de conectarse con los espíritus,
toma el poder de los animales que considera sus aliados y viaja a inframundos y
supramundos para obtener los saberes que necesita para guiar a su comunidad.
Para la teoría chamánicas el arte rupestre gira en torno de los vuelos del
chaman y su propia persona. La representación
de las máscaras es símbolo del poder chamánico. Ciertos personajes con
atributos en sus cabezas, o grandes ojos o con bastones de mando representarían
al chamán. El felino, como símbolo sagrado
de poder es conocido en toda las regiones andinas de Sudamérica y representado
como un aliado que acompaña los estados extáticos del chamán Estos símbolos también
se encuentran en el arte rupestre cuyano lo que marcaria la presencia de prácticas
chamánicas en la Región.
Paralelamente
a la teoría chamánicas, algunos otros autores abordan a las expresiones
rupestres con una visión globalizadora de la comunidad productiva del arte, lo
describen como la manifestación visual del conjunto de tradiciones de una
sociedad nómade integrada a una geografía extensa que fue su hábitat y la
fuente de todos sus recursos.
La
ciencia sigue avanzando hacia dilucidar aspectos del arte rupestre, cada día
conocemos un poco mas de ese complejo lenguaje gráfico y de sus creadores.
Pero,
aún con todo lo que falta por conocer, podemos ver al arte rupestre como una manifestación
artística plena de fuerza expresiva, con características propias y una estética
única, absolutamente coherente con la cosmovisión de sus creadores y el ámbito
natural en el que se encuentra. Tiene la pureza de la producción que responde únicamente
a la condición para lo que fue hecha. Las abstracciones, las síntesis, las
figuras de hombres y animales están resueltos con simpleza, la simpleza de
aquello enfocado a ser lo debe ser: una marca territorial, una señal para la
comunidad y la representación de aquello que debía quedar de manifiesto.
Aún no
se sabe con certeza el significado de este arte milenario pues se han perdido
los hilos que habrían dado perdurabilidad a los contenidos, pero aún sin
conocer sus significados, puede apreciarse la armonía, la belleza y el misterio
de los diseños aplicados sobre las rocas, en la inmensidad de una geografía desmesurada
que fue tenazmente caminada por los antiguos originarios de nuestra tierra.
hart_visual@yahoo.com.ar www.laurahart.com.ar
Rastros sobre
una roca.
A Víctor Otero, mi hermano de la vida y
a Horacio Chiavazza, mi hermano de la vida.
¿Cómo habrá sido
la mirada de los primeros habitantes de estas tierras?
Tenemos un
indicio en las imágenes que dejaron, pero aún así nos resulta sumamente difícil
saber a ciencia cierta cómo observaron el mundo que los rodeaba. Una empresa de
esta magnitud exige de nosotros un importante esfuerzo imaginativo. Y como no
podemos pensar fuera de lo que permite pensar el pensamiento de nuestro tiempo,
sólo nos queda la posibilidad de interpretar.
Interpretar la
mirada desde los indicios que nos proporcionan las imágenes. Pero también desde
las construcciones del conocimiento acerca de la vida de aquellos primeros
hombres. Por fortuna ha quedado desechada la idea del “infantilismo” de aquella
imágenes llamadas primitivas, en el sentido de que dibujaban como si no
supieran dibujar. Pienso que dibujaban lo que necesitaban dibujar.
Sin embargo no
es sólo a la ciencia a la que me remiten estas imágenes para interpretarlas.
Cada vez que observo aquellos trazos sobre las rocas no puedo sino pensar en la
ciencia-ficción. Y dentro del campo de la ciencia-ficción pienso en un cuento
de Ray Bradbury. Ese cuento se titula “Lo que ocurrió, lo que acontece y lo que
va a suceder”. Quizás, en lugar de este texto debería haber una transcripción
completa del de Bradbury, pero como quiero insinuar algo más que lo que dice
este autor, creo que este escrito se justifica. Sintéticamente (lo cual es casi
un crimen contra ese escrito) Bradbury dice que en las paredes de las cavernas
los hombres ensayaban la forma de subsistir: cómo abatir a las fieras, cómo
robar el fuego, cómo derribar a la presa para comer y abrigarse. “Un arte de
cobardes – dice el autor – con que aprende osadía”. Y concluye “Esas ficciones
primeras que al comienzo asediaron su mente hicieron que el hombre avanzara a
trancos hacia la realidad. Luego se puso a dibujar sus nuevas fantasías en la
caverna de la historia, desde entonces hasta hoy.”
Bertol Brecht,
reflexionando sobre uno de los problemas centrales de la estética
contemporánea, escribió algo que también nos sirve para pensar estas imágenes:
“Marx advierte la asombrosa capacidad de los hombres para dejar también que
obras de arte muy antiguas ejerzan su acción sobre ellos. Y tiene razón en
asombrarse pues no le satisface la fórmula barata acerca de la “eternidad del
arte”. Su observación acerca de que la humanidad siente placer al recordar su
niñez me parece solamente ocasional. Más adecuado sería imaginar que la
humanidad cultiva con placer el recuerdo de sus luchas y triunfos y que se
conmueve acordándose de sus esfuerzos siempre renovados, de sus intentos y
descubrimientos. Pues las grandes obras de arte nacen en estas épocas de lucha.
Los progresos son siempre pasos que van más allá de otros progresos. Nunca
querrá olvidar las pérdidas que le han costado sus nuevos logros...” (Abril de
1955).
Si hemos
avanzado a trancos hacia la realidad, ese avance ha sido por esfuerzos
renovados. Una y otra vez, en la caverna de la historia. Una metáfora que exige
otra metáfora para pensar estas imágenes y volver a la pregunta inicial: ¿cómo
miraban los primeros habitantes de estas tierras? Creo que la situación es
comparable a la que todos hemos sentido alguna vez: despertar de noche, en
plena oscuridad, sin referencias y llorar. Obligados a construir una síntesis
del mundo para hallar así un anclaje en la vida. Subsistir. Partir de una
imagen de totalidad compacta, perdida en la noche de los tiempos, hasta las representaciones
del mundo actual ha sido una lucha histórica que no debería resignarse ni
tomarse a la ligera.
Pablo A. Chiavazza
Lic. en Historia del Arte.
Mayo 2011
TEXTOS EXPOGRAFICOS
Los contextos
históricos del arte rupestre
Horacio Chiavazza (Arqueólogo)
Año mil, algo está cambiando… las poblaciones
prehispánicas que ocupan el centro y el norte de la actual provincia de Mendoza
han colonizado las tierras aledañas a ríos y cauces aluvionales. Requieren esas
tierras fértiles y fáciles de proveer de agua para regarlas. Es que los
cultivos han dejado de ser un experimento y la realidad les permite prever que
un asiento donde el agua sea previsible y las tierras lo suficientemente
fértiles, les permitirá ampliar esa rica dieta que desde hace por lo menos dos
mil años se basa en la pesca, la recolección de vegetales, la captura de
armadillos y roedores y la cacería de aves y guanacos.
Sociedades portadoras de una tradición, saben
sostenerse a la vez, en un contexto de cambios que lentamente van incorporando
en pos de adaptarse a nuevas condiciones de existencia que demandan el
territorio y los cambios ambientales. En el Norte, en las grutas de Morrillos Ansilta,
se registran tempranas evidencias de consumo agrícola hace unos 3.500 años,
justamente en contextos donde la representaciones rupestres comienzan a
manifestarse en posibles registros “de carácter votivo” (con pequeños objetos
de arte hallados en asociación a morteros).
La agricultura demanda obras de radicación en
el territorio, y en San Juan productos como maíz, poroto y zapallo, garantizan
la generación y el establecimiento de poblados, la implantación de campos de
cultivo y complejos sistemas de irrigación.
Hace unos 2.000 años, en Mendoza se registran
evidencias, tenues, de la incorporación de productos cultivados en la dieta de
las personas. Los asentamientos en valles interandinos como Uspallata y
Potrerillos, sumando evidencias cerámicas, registran restos de una posible
radicación residencial, estable, casi permanente en torno a los previsibles caudales
de deshielos del río Mendoza. Allí, las cerámicas grises, aparecen asociadas a
elementos de la molienda de granos (manos de moler y conanas). También se
registran huesos que señalan consumos de la caza de guanacos y ñandúes. Las
armas para hacerlo y los instrumentos para su procesamiento indican un
aprovechamiento integral del territorio, en el cual, las principales fuentes de
aprovisionamiento de rocas de buena calidad para tallar se localizan en la
precordillera.
Justamente, desde estos pequeños conjuntos de
casas pozo, excavadas en terrenos limosos para favorecer el resguardo, techados
con ramas y barro, se inician movimientos en las estaciones cálidas. Los grupos
ascienden a las pampas de puna en búsqueda de recursos que se sustentan en una
práctica tradicional, perenne, de incansables cazadores, más allá de que sus
huertas los proveían de maíz. Y estos senderos se van marcando con los
petroglifos, como en las incisas cerámicas del período, con motivos que indican
los vínculos regionales, más allá de las lagunas hacia el norte, mucho más allá
de las cordilleras, hacia la vertiente occidental en el Choapa o Antofagasta…
hasta donde llegan las cerámicas Agrelo, de donde proceden las obsidianas para
tallar puntas de flecha o los elementos metálicos y vasos de piedra pulida
incluidos en ajuares con claras connotaciones religiosas (tratándose de
tumbas), con adornos labiales e incluso pipas en las cuales, muy probablemente,
fumaron inspirándose, para la creación de figuras, que representaban
territorios en la piedra piqueteada de los petroglifos. Quedaban así,
señalados, los caminos desde las estribaciones pedemontanas del valle de
Uspallata, por las quebradas hasta los piedemontes poblados que miran hacia “el
refugio”, donde la pesca lagunera, garantizaba el recurso ante la emergencia de
sistemas complejos, con jerarquías políticas, que serán las bases, aunque por
poco tiempo, pero con huella indeleble, sobre las que se asentará el sistema
hegemónico que asoma desde los andes centrales: el inka.
Contexto Arqueológico de Sur de Mendoza.
Hugo Tucker (Arqueólogo)
Desde finales del Pleistoceno y principios del Holoceno, hasta momentos históricos, la
región sur de la provincia de Mendoza estuvo habitada por grupos cazadores recolectores
(Neme 2002; Gil 2000; Duran 2002.) Esta aparente continuidad temporal y espacial implicó
diferentes cambios evidenciados en lo económico, tecnológico y social, cuya dinámica ha
quedado expresada en la diversidad del registro arqueológico, en la construcción y
ocupación del paisaje por estas poblaciones.
La región sur de la provincia de Mendoza, como el resto de la Argentina y gran parte del
Continente Americano, fue poblada tempranamente por los primeros americanos conocidos
como Paleoindios, en el proceso de poblamiento americano. Los fechados para el sur
mendocino rondan los 10000 años antes del presente.
Estas primeras poblaciones humanas se agrupaban en pequeñas bandas cazadorasrecolectoras,
con alta movilidad residencial. Contemporáneas a la finalización del último
proceso glacial enfrentando un ambiente con fauna y flora muy diferente al actual. El clima
era más húmedo y frío que el actual con una gran parte del territorio cordillerano cubierto
por espesos campos de hielo. La abundancia y distribución de animales y plantas habría
sido diferente, especialmente por la presencia de grandes mamíferos pleistocénicos ahora
extintos como el mileón, el megaterio, la macrauquenia y el caballo americano, entre otros.
El periodo comprendido entre los 8000 y 4000 años antes del presente, conocido como
Holoceno Medio, presenta un ambiente con un marcado proceso de aridización regional y
gran evidencia de actividad volcánica, estos factores pueden ser los causales del cambio
en la intensidad de la ocupación humana del momento, reflejado en la escases de
evidencias arqueológicas en el área. Las poblaciones cazadoras-recolectoras de este
periodo se caracterizan por una gran diversidad tecnológica reflejada en una variedad de
tipos de puntas de proyectil. Los vestigios de ocupación humana durante estos 4000 años
se concentran principalmente en la zona montañosa occidental en sitios como El Piedrón,
Agua de la Cueva, Arroyo Malo y Gruta El Manzano. Hacia la planicie oriental las escasas
evidencias se localizan en Gruta del Indio y Cueva Delerma.
A partir de los últimos 2000 años antes del presente, periodo conocido como holoceno
tardío, se establecen las condiciones climáticas y ambientales actuales, se producen las
primeras evidencias, socioeconómicas y tecnológicas de una transformación a nivel
regional, representada por una mayor demografía, donde se registran ocupaciones en la
totalidad del territorio: se propone una intensificación en la explotación de los recursos,
amplia circulación de bienes materiales a través del intercambio con regiones vecinas
(Durán 2000; Gil y Neme 2002, 2008). En este contexto aparecen las representaciones
rupestres, relacionadas con prácticas sociales concretas, asumiendo al arte rupestre como
sistema de comunicación social, donde interactúan distintos actores sociales. (Aschero
1996; Fiore 2006; Carden 2007). Esto presupone la existencia de un código bien definido y
preestablecido de emplazamiento y localización de los grabados y pinturas rupestres en
relación a recursos naturales y culturales, su acceso y distribución en el entorno. De esta
manera los fenómenos culturales pueden ser observados en el paisaje se relacionan con la
reproducción de un sistema social específico.
Teniendo en cuenta las características ambientales de la región y la diversidad de
condiciones ecológicas que determinan una marcada discontinuidad en la distribución
espacial y temporal de los recursos, de ese momento, se esperaría que las respuestas a
tales características estén relacionadas con prácticas sociales, en consecuencia, entender
la funcionalidad del arte rupestre en el Holoceno Tardío, permitirá tener mayor claridad en
el tipo e intensidad del uso del espacio y de qué manera se construyó el paisaje en el
pasado, donde el entorno, no sólo está compuesto por la superficie y sus formas de relieve,
sino que incorpora el cielo diurno y nocturno, dentro de las esferas del mundo social de las
poblaciones humanas pasadas.