martes, 22 de mayo de 2012

EXPOSICIÓN DE IMAGENES DIGITALES. MUSEO DE BELLAS ARTES EMILIANO GUIÑAZÚ - CASA DE FADER



Arte de la Prehistoria. Diseños rupestres de Cuyo
Exposición de fotografías: 
Laura Hart


Premio Fondo Provincial de la Cultura, Gobierno de Mendoza
Premio Fundación YPF
las fotografías son una selección del archivo documental del Proyecto Rastros (iniciado en 1992)
Proyecto Rastros declarado de Interés Cultural por el Ministerio de Cultura, Gobierno de Mendoza
Prólogo: Juan Schobinger

Marcas y señales de los primeros tiempos 
Texto conceptual: Laura Hart
Invitación para los textos de sala: Horacio Chiavazza, Pablo Chiavazza y Hugo Tucker
Diseño y guion museográfico: Laura Hart
Montaje: Enrique Testasecca

De la piedra al papel 
Dibujos. Resignificando el arte rupestre
Curadora Estela Labiano
Artistas: Magdalena Benegas/Alejandra Cabeza/Federico Calandria/Raúl Castromán/Cristian Delhez/Daniel Fernández/Gabriel Fernández/María Forcada/Marcela Furlani/Víctor Gallardo/Laura Hart/Estela Labiano/Leticia Burgos/Octavio Joaquín/María Pérez/Bernardo Rodríguez/Lorena Rosas/Enrique Testasecca/Martín Villalonga/Yvonne Kaiser

Los vuelos del chamán
Instalación sonora: Laura Hart y Leo Martí

Arte y arqueología: una confluencia fecunda. 

Prólogo: Juan Schobinger

Cuando en 1902 Émile Cartailhac –por entonces “pope” de la prehistoria francesa- escribe su famoso mea culpa de un escéptico” (en relación a la caverna de Altamira, cuya autenticidad había cuestionado veinte años antes), se inicia el estudio sistemático del arte rupestre en el ámbito europeo. A las cavernas pintadas y grabadas por los cazadores paleolíticos siguieron otros descubrimientos: las escenas pintadas en los abrigos rocosos del este de España (“arte Levantino”), los grabados de las regiones alpinas, las pinturas del Tassili y otras zonas del Sahara, las pinturas y grabados de Sudáfrica, la India y China occidental...
Pero América no se quedo atrás. Desde los “picture writing” registrados por Mallery hacia 1890 para Norteamérica, hasta los estudiosos que recorrieron el Nordoeste Argentino relevando “pictografías” hacia fines del siglo XIX (Francisco P. Moreno, Adán Quiroga, Juan B. Ambrosetti), el interés por estas manifestaciones ideológicas de nuestros lejanos antepasados en el milenario camino de la cultura humana no ha dejado de crecer.
La documentación de las manifestaciones plásticas sobre superficies rocosas naturales continúo en forma un tanto esporádica en las décadas posteriores, casi como una curiosidad. Faltaba una sistematización, faltaba una cronología. Tanto aquí como en Brasil y otros países, el arte rupestre estaba más en el ámbito de la etnografía que en el de la prehistoria. De ahí que la llegada a nuestro país de un investigador con mirada universalista y amplio conocimiento del arte prehistórico del viejo mundo –el austriaco Osvaldo Menghin-, significó un vuelco importante ejemplificado en sus publicaciones de 1952 y 1957 sobre etapas estilísticas y cronológicas del arte rupestre de la Patagonia. Siguiendo sus pasos, otros investigadores (Carlos Gradin, Augusto Cardich, Carlos Aschero, Jorge Fernández, Juan Schobinger) confirmaron y en parte profundizaron el enfoque y la metodología de aquel sabio maestro, incluyendo la necesaria correlación entre el arte rupestre y mobiliar con los demás aspectos de la cultura. Hoy día las modalidades tecnico-estilisticas se extienden en la Patagonia por un lapso de diez mil años.
Los arqueólogos “puros” suelen quedarse en este punto, Otros que buscan aspectos más profundos del hombre, buscan algo más: descifrar el mensaje que se supone, entraña el arte rupestre.
Y también por su lado, lo hacen los artistas que han tomado conocimiento del tema. Surge la búsqueda del simbolismo, de los ritos, mitos y vivencias que dicho arte trata de expresar. Apareció así, la “hipótesis shamanica”, tema de estudio y discusión de los años más recientes. Algunos de los sitios y motivos más interesantes podrían representar un arte visionario, como lo ha clasificado una investigadora seria y a la vez entusiasta como lo es Ana María Llamazares (Coautora de un libro reciente de bastante impacto, titulado “El lenguaje de los dioses”, Buenos Aires 2004).

Arte y arqueología: exactitud técnica para el relevamiento de los diseños y de su entorno, y responsabilidad para la preservación del patrimonio cultural, constituyen un impulso para difundir estos conocimientos. Libros, artículos, conferencias, pero también algo novedoso para nuestro medio: exposiciones abiertas a todo público. Así llegamos a la presente muestra surgida por iniciativa de la artista Laura Hart. Se han conjugado aquí tres facetas de su labor: la que podríamos llamar “del arte puro”, es decir las obras inspiradas en el arte rupestre y la de la búsqueda, relevamiento y descripción de los diseños prehistóricos en la región cuyana abordados con la mirada de una artista visual. En su momento esta valiosa documentación sirvió de base para el video “Aquellos artistas de hace mil años” (premiado por la Secretaria de Cultura) y ahora constituye el soporte de la presente exposición.
Muchos sitios y elementos de la Prehistoria se han perdido. Lo mismo sucede con el arte rupestre, sobre todo en sitios al aire libre. Que miles de representaciones en todo el mundo se hayan preservado, constituye casi un milagro. ¡Qué lamentable que a veces el propio ser humano sea un agente de deterioro o aun de destrucción, como ha sucedido en Tundunqueral de Uspallata!.
Consideramos exitosa esta exposición, si, además de suscitar interés y plantear interrogantes, contribuye a que se tome conciencia de la necesidad de respetar y conservar este patrimonio que no es solo local sino universal.

Texto escrito por Juan Schobinger al momento de diseñar la exposición, en el año 2008. 











TEXTOS DEL CATALOGO.


Marcas y señales de los primeros tiempos.
Laura Hart

El arte rupestre es un bien de valor único e irreproducible que, además de ser hoy una fuente para el conocimiento de los pueblos originarios, es la primera manifestación artística que se conserva, con todo lo que ello implica para los procesos históricos de arte en la región cuyana. Es el primer capítulo del arte local, el primer eslabón de una cadena que llega hasta nuestros días y nos permite recorrer los acontecimientos artísticos que, en su conjunto, testimonian la historia del territorio cuyano.
Desde la década del 30 son muchos los autores que abordaron el estudio del arte rupestre en la Región. Las investigaciones de hombres como Eric Borman, Mariano Gambier, Carlos Gradin, Humberto Lagiglia, Carlos Rusconi, Juan Schobinger, entre otros, son el basamento para las nuevas generaciones vienen desarrollando minuciosos trabajos para ahondar la conceptuación del arte rupestre. En la actualidad, a estos estudios arqueológicos se suma la propuesta de artistas que, con una percepción desarrollada para la observación de las producciones pictóricas y gráficas puede contribuir, desde el plano del arte contemporáneo, a observar aspectos que enriquezcan el espectro de conocimientos, inducir al goce estético y cooperar en la puesta en valor de este bien patrimonial.
En la Región hay más de ochenta yacimientos con manifestaciones rupestres, la mayoría hechas entre los 1500 y 500 años A.P. aunque aún se plantean interrogantes en cuanto a las cronologías. (Schobinger 1982), Hay excepciones que salen de este periodo, como las pinturas de Los Morrillos, que fueron producidas por la Cultura de Ansilta: cuya aparición data, aproximadamente, del año 3700 A.P. y su permanencia llega hasta el año 1500 A. P. (Gambier Mariano. 1977). También las pinturas del Alero de las Pinturas Rojas realizadas por la cultura de Atuel II entre los años 2250 y 1800 A. P. (Lagiglia, Humberto. 2002). Así mismo, son excepción  los diseños realizados en épocas hispánicas como los petroglifos de Gruta del Indio en el Rincón del Atuel, que tienen una datación entre los siglos XV, XVI y XVII ya en épocas hispánicas, (Lagiglia, Humberto 1993). También, en períodos coloniales, se grabaron marcas de ganado en la roca para indicar la pertenencia de la hacienda en registros no oficiales y son consideradas manifestaciones rupestres con raíz indígenas, tanto en los dibujos como en las técnicas de ejecución. (Podesta, y otros 2006. Bárcena 2010)
Es amplio el segmento temporal en el que se desarrolló el arte rupestre en Cuyo, sin embargo, se estima que durante el dominio incaico (siglo XV) poco a poco se abandonó, en gran medida, la tradición del arte parietal en la Región.
El nomadismo y las trashumancias estacionarias propias de los cazadores recolectores, los llevaron a adoptar tradiciones ajenas e intercambiar productos entre las diversas comunidades. Esta modalidad también sucede con las creaciones graficas que se encuentran repetidas en áreas muy distantes entre sí. Los estilos han pasado de región a región como el de las máscaras que se encuentran en San Juan y norte de Mendoza y que son derivaciones del los diseños mascariformes del Norte Chico chileno (Schobinger, Juan. 1985).
Las reiteraciones de los diseños dieron lugar a las secuencias gráficas territoriales que evidencian la instauración de un lenguaje visual compartido, aunque cada conjunto rupestre muestra rasgos particulares evidenciando el carácter propio del artista y de su grupo.
El arte rupestre es la representación de actividades y creencias de las comunidades originarias. No es la creación por la creación misma, sino que conlleva contenidos afines a la vida, al pensamiento y al entorno de sus productores, cuya cosmovisión es muy diferente a la de las sociedades occidentales de la actualidad. Para ellos la vida era (y lo sigue siendo en muchos pueblos originarios actuales) parte de una totalidad, en la que la naturaleza, la comunidad, los fenómenos y la energía eran sagrados y estaban estrechamente relacionados entre sí, conformando un todo que funcionaba al unísono.
Para algunos autores, (Martínez Sarasola, 2004. Lamazares, 2004. Schobinger, 1985, Vázquez, 1997, entre otros) que investigaron desde la arqueología y la antropología, el arte rupestre es, sobre todo, la representación  de las prácticas chamánicas. El chamán es el hechicero, visionario de las comunidades originarias tiene la capacidad de conectarse con los espíritus, toma el poder de los animales que considera sus aliados y viaja a inframundos y supramundos para obtener los saberes que necesita para guiar a su comunidad. Para la teoría chamánicas el arte rupestre gira en torno de los vuelos del chaman y su propia persona.  La representación de las máscaras es símbolo del poder chamánico. Ciertos personajes con atributos en sus cabezas, o grandes ojos o con bastones de mando representarían al chamán. El felino, como  símbolo sagrado de poder es conocido en toda las regiones andinas de Sudamérica y representado como un aliado que acompaña los estados extáticos del chamán Estos símbolos también se encuentran en el arte rupestre cuyano lo que marcaria la presencia de prácticas chamánicas en la Región.
Paralelamente a la teoría chamánicas, algunos otros autores abordan a las expresiones rupestres con una visión globalizadora de la comunidad productiva del arte, lo describen como la manifestación visual del conjunto de tradiciones de una sociedad nómade integrada a una geografía extensa que fue su hábitat y la fuente de todos sus recursos.

La ciencia sigue avanzando hacia dilucidar aspectos del arte rupestre, cada día conocemos un poco mas de ese complejo lenguaje gráfico y de sus creadores.
Pero, aún con todo lo que falta por conocer, podemos ver al arte rupestre como una manifestación artística plena de fuerza expresiva, con características propias y una estética única, absolutamente coherente con la cosmovisión de sus creadores y el ámbito natural en el que se encuentra. Tiene la pureza de la producción que responde únicamente a la condición para lo que fue hecha. Las abstracciones, las síntesis, las figuras de hombres y animales están resueltos con simpleza, la simpleza de aquello enfocado a ser lo debe ser: una marca territorial, una señal para la comunidad y la representación de aquello que debía quedar de manifiesto.
Aún no se sabe con certeza el significado de este arte milenario pues se han perdido los hilos que habrían dado perdurabilidad a los contenidos, pero aún sin conocer sus significados, puede apreciarse la armonía, la belleza y el misterio de los diseños aplicados sobre las rocas, en la inmensidad de una geografía desmesurada que fue tenazmente caminada por los antiguos originarios de nuestra tierra.
hart_visual@yahoo.com.ar   www.laurahart.com.ar

Rastros sobre una roca.
A Víctor Otero, mi hermano de la vida y
a Horacio Chiavazza, mi hermano de la vida.

¿Cómo habrá sido la mirada de los primeros habitantes de estas tierras?
Tenemos un indicio en las imágenes que dejaron, pero aún así nos resulta sumamente difícil saber a ciencia cierta cómo observaron el mundo que los rodeaba. Una empresa de esta magnitud exige de nosotros un importante esfuerzo imaginativo. Y como no podemos pensar fuera de lo que permite pensar el pensamiento de nuestro tiempo, sólo nos queda la posibilidad de interpretar.

Interpretar la mirada desde los indicios que nos proporcionan las imágenes. Pero también desde las construcciones del conocimiento acerca de la vida de aquellos primeros hombres. Por fortuna ha quedado desechada la idea del “infantilismo” de aquella imágenes llamadas primitivas, en el sentido de que dibujaban como si no supieran dibujar. Pienso que dibujaban lo que necesitaban dibujar.

Sin embargo no es sólo a la ciencia a la que me remiten estas imágenes para interpretarlas. Cada vez que observo aquellos trazos sobre las rocas no puedo sino pensar en la ciencia-ficción. Y dentro del campo de la ciencia-ficción pienso en un cuento de Ray Bradbury. Ese cuento se titula “Lo que ocurrió, lo que acontece y lo que va a suceder”. Quizás, en lugar de este texto debería haber una transcripción completa del de Bradbury, pero como quiero insinuar algo más que lo que dice este autor, creo que este escrito se justifica. Sintéticamente (lo cual es casi un crimen contra ese escrito) Bradbury dice que en las paredes de las cavernas los hombres ensayaban la forma de subsistir: cómo abatir a las fieras, cómo robar el fuego, cómo derribar a la presa para comer y abrigarse. “Un arte de cobardes – dice el autor – con que aprende osadía”. Y concluye “Esas ficciones primeras que al comienzo asediaron su mente hicieron que el hombre avanzara a trancos hacia la realidad. Luego se puso a dibujar sus nuevas fantasías en la caverna de la historia, desde entonces hasta hoy.”

Bertol Brecht, reflexionando sobre uno de los problemas centrales de la estética contemporánea, escribió algo que también nos sirve para pensar estas imágenes: “Marx advierte la asombrosa capacidad de los hombres para dejar también que obras de arte muy antiguas ejerzan su acción sobre ellos. Y tiene razón en asombrarse pues no le satisface la fórmula barata acerca de la “eternidad del arte”. Su observación acerca de que la humanidad siente placer al recordar su niñez me parece solamente ocasional. Más adecuado sería imaginar que la humanidad cultiva con placer el recuerdo de sus luchas y triunfos y que se conmueve acordándose de sus esfuerzos siempre renovados, de sus intentos y descubrimientos. Pues las grandes obras de arte nacen en estas épocas de lucha. Los progresos son siempre pasos que van más allá de otros progresos. Nunca querrá olvidar las pérdidas que le han costado sus nuevos logros...” (Abril de 1955).

Si hemos avanzado a trancos hacia la realidad, ese avance ha sido por esfuerzos renovados. Una y otra vez, en la caverna de la historia. Una metáfora que exige otra metáfora para pensar estas imágenes y volver a la pregunta inicial: ¿cómo miraban los primeros habitantes de estas tierras? Creo que la situación es comparable a la que todos hemos sentido alguna vez: despertar de noche, en plena oscuridad, sin referencias y llorar. Obligados a construir una síntesis del mundo para hallar así un anclaje en la vida. Subsistir. Partir de una imagen de totalidad compacta, perdida en la noche de los tiempos, hasta las representaciones del mundo actual ha sido una lucha histórica que no debería resignarse ni tomarse a la ligera.
Pablo A. Chiavazza
Lic. en Historia del Arte.
Mayo 2011

TEXTOS EXPOGRAFICOS

Los contextos históricos del arte rupestre
Horacio Chiavazza (Arqueólogo)

Año mil, algo está cambiando… las poblaciones prehispánicas que ocupan el centro y el norte de la actual provincia de Mendoza han colonizado las tierras aledañas a ríos y cauces aluvionales. Requieren esas tierras fértiles y fáciles de proveer de agua para regarlas. Es que los cultivos han dejado de ser un experimento y la realidad les permite prever que un asiento donde el agua sea previsible y las tierras lo suficientemente fértiles, les permitirá ampliar esa rica dieta que desde hace por lo menos dos mil años se basa en la pesca, la recolección de vegetales, la captura de armadillos y roedores y la cacería de aves y guanacos.

Sociedades portadoras de una tradición, saben sostenerse a la vez, en un contexto de cambios que lentamente van incorporando en pos de adaptarse a nuevas condiciones de existencia que demandan el territorio y los cambios ambientales. En el Norte, en las grutas de Morrillos Ansilta, se registran tempranas evidencias de consumo agrícola hace unos 3.500 años, justamente en contextos donde la representaciones rupestres comienzan a manifestarse en posibles registros “de carácter votivo” (con pequeños objetos de arte hallados en asociación a morteros).

La agricultura demanda obras de radicación en el territorio, y en San Juan productos como maíz, poroto y zapallo, garantizan la generación y el establecimiento de poblados, la implantación de campos de cultivo y complejos sistemas de irrigación.

Hace unos 2.000 años, en Mendoza se registran evidencias, tenues, de la incorporación de productos cultivados en la dieta de las personas. Los asentamientos en valles interandinos como Uspallata y Potrerillos, sumando evidencias cerámicas, registran restos de una posible radicación residencial, estable, casi permanente en torno a los previsibles caudales de deshielos del río Mendoza. Allí, las cerámicas grises, aparecen asociadas a elementos de la molienda de granos (manos de moler y conanas). También se registran huesos que señalan consumos de la caza de guanacos y ñandúes. Las armas para hacerlo y los instrumentos para su procesamiento indican un aprovechamiento integral del territorio, en el cual, las principales fuentes de aprovisionamiento de rocas de buena calidad para tallar se localizan en la precordillera.

Justamente, desde estos pequeños conjuntos de casas pozo, excavadas en terrenos limosos para favorecer el resguardo, techados con ramas y barro, se inician movimientos en las estaciones cálidas. Los grupos ascienden a las pampas de puna en búsqueda de recursos que se sustentan en una práctica tradicional, perenne, de incansables cazadores, más allá de que sus huertas los proveían de maíz. Y estos senderos se van marcando con los petroglifos, como en las incisas cerámicas del período, con motivos que indican los vínculos regionales, más allá de las lagunas hacia el norte, mucho más allá de las cordilleras, hacia la vertiente occidental en el Choapa o Antofagasta… hasta donde llegan las cerámicas Agrelo, de donde proceden las obsidianas para tallar puntas de flecha o los elementos metálicos y vasos de piedra pulida incluidos en ajuares con claras connotaciones religiosas (tratándose de tumbas), con adornos labiales e incluso pipas en las cuales, muy probablemente, fumaron inspirándose, para la creación de figuras, que representaban territorios en la piedra piqueteada de los petroglifos. Quedaban así, señalados, los caminos desde las estribaciones pedemontanas del valle de Uspallata, por las quebradas hasta los piedemontes poblados que miran hacia “el refugio”, donde la pesca lagunera, garantizaba el recurso ante la emergencia de sistemas complejos, con jerarquías políticas, que serán las bases, aunque por poco tiempo, pero con huella indeleble, sobre las que se asentará el sistema hegemónico que asoma desde los andes centrales: el inka.

Contexto Arqueológico de Sur de Mendoza.
Hugo Tucker (Arqueólogo)

Desde finales del Pleistoceno y principios del Holoceno, hasta momentos históricos, la
región sur de la provincia de Mendoza estuvo habitada por grupos cazadores recolectores
(Neme 2002; Gil 2000; Duran 2002.) Esta aparente continuidad temporal y espacial implicó
diferentes cambios evidenciados en lo económico, tecnológico y social, cuya dinámica ha
quedado expresada en la diversidad del registro arqueológico, en la construcción y
ocupación del paisaje por estas poblaciones.
La región sur de la provincia de Mendoza, como el resto de la Argentina y gran parte del
Continente Americano, fue poblada tempranamente por los primeros americanos conocidos
como Paleoindios, en el proceso de poblamiento americano. Los fechados para el sur
mendocino rondan los 10000 años antes del presente.
Estas primeras poblaciones humanas se agrupaban en pequeñas bandas cazadorasrecolectoras,
con alta movilidad residencial. Contemporáneas a la finalización del último
proceso glacial enfrentando un ambiente con fauna y flora muy diferente al actual. El clima
era más húmedo y frío que el actual con una gran parte del territorio cordillerano cubierto
por espesos campos de hielo. La abundancia y distribución de animales y plantas habría
sido diferente, especialmente por la presencia de grandes mamíferos pleistocénicos ahora
extintos como el mileón, el megaterio, la macrauquenia y el caballo americano, entre otros.
El periodo comprendido entre los 8000 y 4000 años antes del presente, conocido como
Holoceno Medio, presenta un ambiente con un marcado proceso de aridización regional y
gran evidencia de actividad volcánica, estos factores pueden ser los causales del cambio
en la intensidad de la ocupación humana del momento, reflejado en la escases de
evidencias arqueológicas en el área. Las poblaciones cazadoras-recolectoras de este
periodo se caracterizan por una gran diversidad tecnológica reflejada en una variedad de
tipos de puntas de proyectil. Los vestigios de ocupación humana durante estos 4000 años
se concentran principalmente en la zona montañosa occidental en sitios como El Piedrón,
Agua de la Cueva, Arroyo Malo y Gruta El Manzano. Hacia la planicie oriental las escasas
evidencias se localizan en Gruta del Indio y Cueva Delerma.
A partir de los últimos 2000 años antes del presente, periodo conocido como holoceno
tardío, se establecen las condiciones climáticas y ambientales actuales, se producen las
primeras evidencias, socioeconómicas y tecnológicas de una transformación a nivel
regional, representada por una mayor demografía, donde se registran ocupaciones en la
totalidad del territorio: se propone una intensificación en la explotación de los recursos,
amplia circulación de bienes materiales a través del intercambio con regiones vecinas
(Durán 2000; Gil y Neme 2002, 2008). En este contexto aparecen las representaciones
rupestres, relacionadas con prácticas sociales concretas, asumiendo al arte rupestre como
sistema de comunicación social, donde interactúan distintos actores sociales. (Aschero
1996; Fiore 2006; Carden 2007). Esto presupone la existencia de un código bien definido y
preestablecido de emplazamiento y localización de los grabados y pinturas rupestres en
relación a recursos naturales y culturales, su acceso y distribución en el entorno. De esta
manera los fenómenos culturales pueden ser observados en el paisaje se relacionan con la
reproducción de un sistema social específico.
Teniendo en cuenta las características ambientales de la región y la diversidad de
condiciones ecológicas que determinan una marcada discontinuidad en la distribución
espacial y temporal de los recursos, de ese momento, se esperaría que las respuestas a
tales características estén relacionadas con prácticas sociales, en consecuencia, entender
la funcionalidad del arte rupestre en el Holoceno Tardío, permitirá tener mayor claridad en
el tipo e intensidad del uso del espacio y de qué manera se construyó el paisaje en el
pasado, donde el entorno, no sólo está compuesto por la superficie y sus formas de relieve,
sino que incorpora el cielo diurno y nocturno, dentro de las esferas del mundo social de las
poblaciones humanas pasadas.